Ahora por fin lo entendí.
Después de casi 64 años en esta tierra y la lectura de varios libros sobre el
tema.
Sólo el cerebelo decide.
Cerebellum significa en latín “pequeño
cerebro”. Se encuentra en el medio de la masa cerebral y tiene el tamaño de una
nuez. Aparentemente, para tomar nuestras decisiones, no requerimos nada de
mayor tamaño. Todo sucede en nanosegundos, tan rápido que ni nos damos cuenta. Para
decidir, el cerebelo se vale de sentimientos y algunas pocas experiencias
acumuladas. No hay lugar para pensamientos muy complejos, después de todo un
cerebelo tiene una capacidad bastante limitada. ¡Zas! Así decidimos.
Si las
circunstancias lo requieren, el resto de la masa gris – el cerebro, en el que
se procesan, por ejemplo, los pensamientos conscientes y racionales cuando
hacemos los deberes de matemáticas - produce a posteriori sólo argumentos de
apoyo a esta decisión. Por ello, algunos dicen que el cerebro sólo ejerce la
función de relaciones públicas del cerebelo. Por lo demás, queda completamente excluido
de la toma de decisiones. Sin embargo, en esto el cerebelo truquea un poco: Hace
creer a su hermano mayor que él fue quien conscientemente tomó la decisión,
después de ponderar muchos pros y contras. Esta es la razón por la cual no es
posible cambiarle a nadie su opinión, por rocambolesca que sea, porque ninguna
mente que se estima va a dejar abandonada una ocurrencia que cree ser suya.
Por tanto, es una
pérdida de tiempo tratar de convencer a alguien con hechos y argumentos
lógicos. El cerebelo, subconscientemente y detrás de las bambalinas, ya ha dejado
todo cocinado y ha escrito el guion. Cualquier argumento compatible con sus
decisiones es aceptado por la parte consciente y re-tuiteado con todo entusiasmo.
Cualquier cosa que no lo sea, se ignora, no se registra, no existe. O, si el estruendo
de una posible disonancia cognitiva fuera demasiado grande y la pared para
ignorarla no pueda contenerla, entonces el cerebro, a todo vapor, produce
torrentes de explicaciones que apoyan la opinión del hermano pequeño. En el caso
que no se le ocurran argumentos suficientes, la comunicación se vuelca a lo personal
e insultante. O se ataca otro punto débil del oponente, aunque no tenga nada
que ver con el tema en cuestión.
Los cónyuges conocen
esto de su pareja, los padres de sus hijos adolescentes y éstos de sus padres.
El popular humorista
alemán Karl Valentin contó una vez la historia de un valiente bávaro recién fallecido,
quien persuadió a los poderes celestiales a que lo enviaran de vuelta a nuestro
mundo para dar a los Reyes algunos consejos divinos cómo gobernar de manera más
eficiente, a fin de mitigar un poco el desorden que tenemos aquí abajo.
Lamentablemente, el mensajero divino incluyó primero una parada en una de las
famosas cervecerías de Múnich, y aparentemente, entre jarro y jarro, aún no ha
salido de ahí. Pero la explicación de Valentin por qué a nuestros gobernantes
no les llega nunca la inspiración divina, ahora ha sido definitivamente
revocada por la ciencia: Es el cerebelo, quien ha secuestrado el centro de comando
en las mentes de las autoridades. En realidad, el de todas nuestras mentes, incluyendo
la mía.
Sin embargo, ¿qué
está pasando aquí? ¿Por qué y cómo puedo estar escribiendo esto?
Pareciera que mi
cerebro, mi corteza, mi mente consciente, se estuviera emancipando del yugo del
maldito cerebelo enano. De lo contrario no podría estar yo escribiendo este
texto rebelde, ¿no es cierto? ¿Existe, entonces, la posibilidad de que fuéramos
capaces de liberarnos de la estupidez infinita en la que hemos sido condenados
por los cerebelos de esta tierra?
No, no nos
engañemos. El cerebelo sigue en control total. Simplemente se vale, de nuevo,
de una de sus engañifas. Pretende hacer creer a su contraparte racional que
tendría derecho a participación. Para que el cerebro no se dé cuenta de su
total dependencia. Por lo tanto, le otorga ocasionalmente algunos espacios
abiertos, salvaguardando siempre su real monopolio de poder.
Lo que me
recuerda a aquellas nuevas pseudo-democracias en el este y el oeste, en las que
en realidad un hombre fuerte tiene todos los hilos en la mano, pero, con mucha
gracia, le otorga un pequeño espacio a sus disidentes. Ahí, ellos pueden hacer
lo que les parezca bien. Pero nunca van a llegar al meollo del asunto, no lograrán
cambiar nada. La toma de decisiones – de todas – permanece bajo el control del
jefe y su combo. Y sospecho que muchos de éstos no tienen cerebro, pero sí dos
cerebelos. Dos pequeños cerebros. Tampoco necesitan más.
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