Friday, May 23, 2014

Pequeñas mentes

Ahora por fin lo entendí. Después de casi 64 años en esta tierra y la lectura de varios libros sobre el tema.

Sólo el cerebelo decide. Cerebellum significa en latín “pequeño cerebro”. Se encuentra en el medio de la masa cerebral y tiene el tamaño de una nuez. Aparentemente, para tomar nuestras decisiones, no requerimos nada de mayor tamaño. Todo sucede en nanosegundos, tan rápido que ni nos damos cuenta. Para decidir, el cerebelo se vale de sentimientos y algunas pocas experiencias acumuladas. No hay lugar para pensamientos muy complejos, después de todo un cerebelo tiene una capacidad bastante limitada. ¡Zas! Así decidimos.

Si las circunstancias lo requieren, el resto de la masa gris – el cerebro, en el que se procesan, por ejemplo, los pensamientos conscientes y racionales cuando hacemos los deberes de matemáticas - produce a posteriori sólo argumentos de apoyo a esta decisión. Por ello, algunos dicen que el cerebro sólo ejerce la función de relaciones públicas del cerebelo. Por lo demás, queda completamente excluido de la toma de decisiones. Sin embargo, en esto el cerebelo truquea un poco: Hace creer a su hermano mayor que él fue quien conscientemente tomó la decisión, después de ponderar muchos pros y contras. Esta es la razón por la cual no es posible cambiarle a nadie su opinión, por rocambolesca que sea, porque ninguna mente que se estima va a dejar abandonada una ocurrencia que cree ser suya.

Por tanto, es una pérdida de tiempo tratar de convencer a alguien con hechos y argumentos lógicos. El cerebelo, subconscientemente y detrás de las bambalinas, ya ha dejado todo cocinado y ha escrito el guion. Cualquier argumento compatible con sus decisiones es aceptado por la parte consciente y re-tuiteado con todo entusiasmo. Cualquier cosa que no lo sea, se ignora, no se registra, no existe. O, si el estruendo de una posible disonancia cognitiva fuera demasiado grande y la pared para ignorarla no pueda contenerla, entonces el cerebro, a todo vapor, produce torrentes de explicaciones que apoyan la opinión del hermano pequeño. En el caso que no se le ocurran argumentos suficientes, la comunicación se vuelca a lo personal e insultante. O se ataca otro punto débil del oponente, aunque no tenga nada que ver con el tema en cuestión.

Los cónyuges conocen esto de su pareja, los padres de sus hijos adolescentes y éstos de sus padres.

El popular humorista alemán Karl Valentin contó una vez la historia de un valiente bávaro recién fallecido, quien persuadió a los poderes celestiales a que lo enviaran de vuelta a nuestro mundo para dar a los Reyes algunos consejos divinos cómo gobernar de manera más eficiente, a fin de mitigar un poco el desorden que tenemos aquí abajo. Lamentablemente, el mensajero divino incluyó primero una parada en una de las famosas cervecerías de Múnich, y aparentemente, entre jarro y jarro, aún no ha salido de ahí. Pero la explicación de Valentin por qué a nuestros gobernantes no les llega nunca la inspiración divina, ahora ha sido definitivamente revocada por la ciencia: Es el cerebelo, quien ha secuestrado el centro de comando en las mentes de las autoridades. En realidad, el de todas nuestras mentes, incluyendo la mía.

Sin embargo, ¿qué está pasando aquí? ¿Por qué y cómo puedo estar escribiendo esto?

Pareciera que mi cerebro, mi corteza, mi mente consciente, se estuviera emancipando del yugo del maldito cerebelo enano. De lo contrario no podría estar yo escribiendo este texto rebelde, ¿no es cierto? ¿Existe, entonces, la posibilidad de que fuéramos capaces de liberarnos de la estupidez infinita en la que hemos sido condenados por los cerebelos de esta tierra?

No, no nos engañemos. El cerebelo sigue en control total. Simplemente se vale, de nuevo, de una de sus engañifas. Pretende hacer creer a su contraparte racional que tendría derecho a participación. Para que el cerebro no se dé cuenta de su total dependencia. Por lo tanto, le otorga ocasionalmente algunos espacios abiertos, salvaguardando siempre su real monopolio de poder.


Lo que me recuerda a aquellas nuevas pseudo-democracias en el este y el oeste, en las que en realidad un hombre fuerte tiene todos los hilos en la mano, pero, con mucha gracia, le otorga un pequeño espacio a sus disidentes. Ahí, ellos pueden hacer lo que les parezca bien. Pero nunca van a llegar al meollo del asunto, no lograrán cambiar nada. La toma de decisiones – de todas – permanece bajo el control del jefe y su combo. Y sospecho que muchos de éstos no tienen cerebro, pero sí dos cerebelos. Dos pequeños cerebros. Tampoco necesitan más.

Sunday, April 27, 2014

El Príncipe, recauchado

¿Usted quiere hacer la gran carrera política ?

Pero aún no tiene muchos seguidores y mucho menos los medios financieros, ¿verdad?

El así llamado Jefe de Jefes, Boies Penrose, senador republicano de Estados Unidos en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, dio a la comunidad empresarial los siguientes consejos: 

Yo creo en la división del trabajo. Ustedes nos envían al Congreso, nosotros aprobamos leyes bajo las cuales ustedes puedan hacer dinero ... y con parte de los beneficios ustedes contribuirán a la siguiente campaña electoral, para enviarnos de nuevo al Congreso a pasar más leyes para que ustedes puedan ganar más dinero.

Los tiempos cambian, así la cosa ya no funciona. Esto es completamente anticuado, demasiado transparente, demasiado arriesgado para usted. Pues estamos en la edad en que todo el mundo puede tuitear y casi todos escribimos blogs. Cosas como éstas se hacen virales en un minuto y todo el mundo se entera.

Por cierto, a nadie le gusta las grandes empresas. Sólo nos gustan sus productos, a los que somos casi adictos. Además odiamos a los ricos, que por lo general son los dueños de las empresas que nos venden los productos que nos gustan. Usted no recibirá mi voto si se vincula a esos de la manera que Penrose propuso. Probablemente no conseguirá así ningún voto de nadie.

Ahora bien, no cabe duda que una carrera política es costosa y requiere de una gran cantidad de dinero. Esto justamente es lo que los ricos tienen - todavía. Así que aquí están las buenas noticias: Usted puede conseguir valerse del dinero de esta gente de todos modos, sin que ellos le den nada para la campaña.

Siga la última moda. Inicie una protesta ruidosa en contra de la desigualdad de este mundo, cuente a todos lo rico que están los ricos y que con el paso del tiempo se van haciendo más ricos. Cuente que, mientras para la gran mayoría la vida se hace más difícil, estos ricos amasan fortunas cada vez más grandes. Y que usted se lanza para terminar con esta injusta desigualdad.

Anuncie que va a gravar en forma drástica los ingresos de los millonarios. O, mejor aún, que va gravar sus fortunas. A la gente, con la sola excepción de los mismos ricos, le encanta escuchar esto. Se debe a lo que los investigadores sociales denominan el sesgo cognitivo del mundo justo [The just-word cognitive bias]. Nuestros cerebros quieren orden, quieren tener todo bajo control. La injusticia es cualquier cosa menos orden. Es una señal de que por ahí hay cosas no controlables y eso hace sonar todo tipo de alarmas neuronales.

Luego, podría ser útil asustar primero esos pequeños cerebros algo más, diciéndoles que están perdiendo porque otro se lo está quitando. Como remedio, usted después les propone que implantará la justa igualdad de todos y multitudes le seguirán, no sólo en Twitter.

Los profesores franceses son muy buenos en esto de las recetas de igualdad. Por ejemplo, hace algunas décadas, un joven asiático vino a estudiar a París y tomó buena nota de la enseñanza, volviendo después a su país para aplicarla. Su nombre era Pol Pot. Él alcanzó la igualdad en una máxima expresión: Huesos es todo lo que queda de dos millones de personas en sus campos de exterminio en Camboya.

Ahora acaba de hacer su aparición otro profesor francés en el campo de lucha por la igualdad, publicando un best-seller sobre el tema. En realidad no viene con nada nuevo. En Venezuela aprendí una bonita descripción para este tipo de hallazgos de cosas que ya todos sabemos: Descubrió el agua tibia. Que los ricos son los que consiguen la tajada más grande de la torta, bueno, eso ya se comentaba desde los inicios de nuestra civilización. Hace casi 2000 años Jesús dijo esas palabras del “al que tiene, le será dado, el que no, le será quitado lo poco que le queda” [Mateo 13:12 ]. Incluso yo me atreví, hace un algo como un año, redactar un blog sobre el fenómeno [en inglés: http://leuschner-en.blogspot.ro/2013/04/money-clumps.html ].

Este profesor francés no estudió simplemente la lista Fortune 500, donde se actualizan periódicamente las grandes fortunas del mundo. Tenía una buena razón para no hacerlo. En esta lista la gente suele subir o bajar, algunos desaparecen por completo. No es éste el propósito que él quiere plantearnos. Además, en la lista pueden haber nombres que no le gustaría tener que nombrar. Si mal no recuerdo, los expertos de Fortune pusieron en las lista de los más ricos del mundo aquel ultra viejo y ultra marxista caudillo caribeño, tal vez bajo el supuesto, no tan tirado de las mechas por cierto, de quien controla totalmente una fortuna es, a fines prácticos, su dueño real. (¿Ve usted? ¡Aquí hay  algo que aprender!) Sin embargo, no no, monsieur le professeur hizo algo distinto y más propio de un economista: Analizó décadas y décadas de porcentajes. Estos porcentajes resultaron muy reveladoras: En la medida que transcurre el tiempo, un porcentaje cada vez más pequeño de ricos son dueños de un porcentaje cada vez mayor de la riqueza total. A nadie le gusta eso, con la obvia excepción de ese porcentaje cada vez más pequeño.

Pues bien, exactamente aquí, en el porcentaje cada vez más grande de los que no nos gusta esto, aquí es donde están los votos para su cosecha, señora o señor aspirante a político.

En pocas palabras, esto es lo que el profesor dice que hay que hacer: Aplicar un impuesto del 80% sobre los ingresos más altos y gravar además esas fortunas con un 10% al año.

Si todos los gobiernos en el mundo lo hicieran, predice, la desigualdad desaparece. Me parece muy cierto. Este tipo es inteligente. Nadie, y aquí creo que puedo incluirlo incluso a él mismo, cree posible una política fiscal universal en este, nuestro mundo. Siempre habrá algunas islitas en los mares o algunos valles en los Alpes con tratamiento especial para aquellos que les traigan dinero. Por lo tanto, para el caso que su teoría no funcione como él ha predicho, ya ha incorporado de antemano una buena excusa.

Nuestro amigo francés dio incluso un paso más, tal vez demasiado atrevido. Concluye que esta creciente concentración de fortunas terminará con todo el sistema capitalista en un cataclismo apocalíptico. Lo que, por un lado, le dio mucha prensa, como también es bueno para la campaña política que estamos recomendando, pero tal vez no lo sea tanto para el éxito académico de nuestro profesor en el largo plazo. Antes de él ya otros se quemaron los dedos con profecías de este tipo, y el capitalismo sigue vivo y coleando. Sin embargo, a muchos les encanta escuchar la historia una y otra vez, por lo que su libro se vende bien .

Para usted, como político, el marco de acción está dado de manera perfecta. Siguiendo la línea que esbozo aquí para su campaña, usted ganará las elecciones con facilidad.

Estos son mis consejos:

Sobre todo, destaque con toda vehemencia que usted lucha por la igualdad. Como parte de ésta, prometa más y mejor educación, empleo, vivienda y salud para todos. Diga claramente cómo piensa financiar sus proyectos: Con el dinero que va a tomar de los ricos. De paso, cúlpelos de todos los males que azotan a la humanidad. Llámelos agentes del imperialismo, zánganos capitalistas o neoliberales salvajes.

Después de la campaña viene la implementación. No se asuste, pues esta es la parte fácil. Si sigue mi consejo, usted puede permanecer en el poder durante más de cincuenta años, o el tiempo que viva o quiera. Ahora debe poner en práctica a rajatablas lo que prometió: Tome todo de los ricos y haga a todos iguales y felices. La única excepción puede ser usted mismo, su familia y algunos amigos cercanos. No me entienda mal, todos ustedes serán felices, claro, pero no veo ninguna razón para que sean también iguales. Usted es líder, deje lo de la igualdad para el pueblo.

Acuérdese que los recursos siempre son escasos y tanto más si no quedan ricos para quitarles. Por ello no despilfarre su botín en esos prometidos asuntos sociales, de verdad. Ponga de vez en cuando a cantar un par de niños delante de una escuela para las tomas de las cámaras de la prensa. Eso basta y sobra. Sin embargo, nunca pare de hablar de sus increíbles logros sociales.

Algo extraño va a suceder entonces. Es lo que he observado en todas partes donde este tipo de recetas se han aplicado.

Al principio, usted tendrá el dinero de los ricos. La cantidad pueda impresionarle, pero tenga en cuenta que dirigir un país sin ricos es un asunto muy caro. Usted básicamente ya mató a la vaca, por lo que no cuente con la leche. Haga un festín mientras se esté comiendo la carne. Terminada ésta, la economía muy pronto comenzará a tambalear y, finalmente, probablemente podría incluso colapsar. Los negocios se irán a otra parte, las inversiones cesarán. Pero usted sólo necesitará un poco de dinero, lo necesario para la publicidad de sus logros sociales. Probablemente no le quedará mucho para hacerlos realidad, pero eso realmente no le debe preocupar. Tal vez ni siquiera será capaz de mantener el bienestar social que usted heredó de sus predecesores derechistas. Tampoco importa.

La gente lo amará a usted. Les fascinará su lucha por la igualdad. Les encantará que usted eliminó a los ricos. También los intelectuales internacionales lo van a adorar. Pues, como nadie quiere ver algo triste o malo en lo que le gusta, usted no tendrá ningún problema y, sin demasiados trucos, ganará todas las elecciones que quiera. Si usted no me cree, pregúntele a Maduro.

Sin embargo, tengo que advertirle: No haga esto a medias, sea radical. En caso de ser demasiado prudente, todo el asunto justiciero se volverá amargo y puede incluso revertirse en su contra. El ejemplo para esto también nos lo da Francia. El presidente actual aumentó los impuestos a los ricos. Algunos actores famosos, por no querer pagarlos, incluso se trasladaron a hacer sus películas más hacia el Este. Al parecer, todo se hizo de acuerdo al libro. Sin embargo, el presidente se convirtió rápidamente en alguien tremendamente impopular. ¿Qué pasó?

Pues fue demasiado cauto y decente. Él no aumentó suficientemente los impuestos, ni mucho menos. Él no hizo el ruido necesario sobre supuestos programas sociales. Además, en lugar de contratar a los muchos desempleados para cualquier puestecito estatal, no supo qué hacer con ellos.

Y nuestro profesor francés, ¿qué puede decir sobre él fracaso de su presidente? Bueno, su receta tiene esta válvula de escape que dice que las medidas fiscales deben ser aplicadas en todo el mundo y no sólo puntualmente en un pequeño lugar galo. Su teoría queda a salvo y a disposición de otros políticos con más agallas.

Wednesday, June 12, 2013

Avaaz, ¿hace falta apoyar a los más poderosos?


Yo había firmado algunas peticiones de Avaaz que me parecieron muy justificadas de apoyar. Ahora Avaaz me envió un correo electrónico con el cual no estoy nada de acuerdo. En vez de firmar, le respondí a Avaaz con lo copiado a continuación (traducción del alemán). Es de esperar que mi respuesta no surta mucho efecto en aquella organización. Como al menos mi blog lo lee uno que otro, la publico aquí.

Querido Alex Wilks, Jeremy, Christopher, Marie, Ian, David, Pablo, Ricken y todo el equipo de Avaaz,

Su organización me envía con regularidad unos correos electrónicos pidiéndome firmar peticiones y donar dinero. Normalmente sus causas, cuando apoyan a los necesitados o protegen la naturaleza, merecen todo mi apoyo.

Sin embargo ahora ustedes me mandaron un mensaje defendiendo un asunto que, a mi juicio personal, no debería ser apoyado por una organización como es Avaaz. Me tomaré la libertad de responder de una manera igual de polémica como ustedes enfocan el tema. Parece que al menos estamos de acuerdo en esto: a veces una declaración exagerada estimula pensamientos más profundos.

Ustedes describen el enorme hueco fiscal que se traga 1 billón de euros al año porque las empresas globales y los ricos mueven sus ganancias y riquezas a los paraísos fiscales. Si se pagaran estos impuestos perdidos, alegan ustedes, la pobreza podría ser erradicada de la tierra, todos los niños pudieran tener una plaza escolar, y la inversión ecológica podría ser duplicada en todo el mundo.

De hecho, 1 billón de dólares, que es un 1 seguido de 12 ceros, es una cifra enorme. Con tantos euros se puede hacer mucho bien. La pregunta que me hago yo en relación a esto es: ¿quién? ¿Quién hará tanto bien con ese dinero? ¿Nuestros gobiernos, que están recogiendo los impuestos?

Los ingresos mundiales de impuestos en un año son cerca de diez veces más grandes que la cifra mencionada que desaparece en aquellas lagunas. ¿Y qué hacen los gobiernos del mundo con tanto dinero? ¿Eliminan la pobreza? ¿Proporcionan a todos los niños un lugar en una escuela? ¿Duplican sus inversiones para preservar el medio ambiente? Respeto su inmensa confianza en la gente que dirige nuestros estados, pero ninguna administración o autoridad de gobierno hace eso con sus ingresos fiscales actuales.

Creer que estas mismas personas, si obtuvieran un 10% más de ingresos fiscales, van a tomar decisiones en este sentido, sería sólo una ilusión falaz. ¿No sería más realista esperar que continuará la misma calamidad que ya tenemos, sólo a un nivel más alto?

Temo, y esta es la peor de las consecuencias, que el aumento fiscal traería aún más guerras al mundo. Desde tiempos antiguos, el principal motivo para el inicio de una guerra ha sido el dinero. Si se dispone más de eso, más guerras son probables. Por dos razones: En primer lugar, a algunos les gustaría robar el dinero que otros de repente tienen y, en segundo lugar, habría más medios para financiar guerras.

Otra triste consecuencia sería que más dinero terminaría en los bolsillos de políticos corruptos. Desafortunadamente, este es el resultado más común en la mayoría de los países del mundo cuando los agentes fiscales obtienes más ingresos.

En los pocos países restantes, el asunto tampoco sería mucho más halagador. Probablemente los políticos en el poder usarían el dinero extra para ganar las próximas elecciones. O alimentarían de alguna manera su generalmente demasiado hinchado ego. Los gobernantes son sólo seres humanos. Y los humanos razonan así: En primer lugar, se trata de mí. Después vienen mis parientes. Después los amigos. ¿El resto? Bueno, veremos lo que se puede hacer. Venga mañana.

Tal vez el asunto funcione en Suiza, donde nadie sabe quién está gobernando. Y, por supuesto, hay algunas excepciones entre los políticos, como Nelson Mandela o el Presidente José Mujica del Uruguay, quienes, sin fanfarronear por ahí, continúan viviendo tan humildes como siempre. Para éstos tendría sentido otorgarles el derecho a la decisión de qué hacer con los ingresos fiscales adicionales. Los otros, sospecho, malgastarían rápidamente el dinero en elefantes blancos o regalos populistas que en realidad ayudan a nadie.

Otro terrible efecto de un crecimiento de ingresos es que éste aumenta la solvencia de la entidad que lo percibe. Así, los gobiernos podrían endeudarse aún más, las enormes brechas financieras que ya tenemos por todos los lados se harían aún más inmanejables.

Observen a la Venezuela de hoy como un ejemplo de lo que estoy diciendo. Debido a la subida de los precios del petróleo, el gobierno contó por muchos años con ingresos que han excedido por mucho el poder económico del Plan Marshall europeo después de la Segunda Guerra Mundial. El gobierno venezolano obtuvo probablemente más de 1,5 billones de euros. ¿Y qué pasó con todo ese dinero? Algo se gastó en obras sociales para beneficio de los pobres. Sin embargo, esto fue, a lo sumo, un porcentaje de un dígito de la cantidad total disponible. El resto se desperdició, desapareció de manera poco transparente o fue suministrada a caudillos de la región para aliviar sus mal administradas economías y prolongar su permanencia en el poder. Al final de cuentas Venezuela tiene ahora una deuda tan alta como nunca antes y una economía destrozada. La gente hace cola para conseguir alimentos básicos y simples productos de higiene. Se acabó la fiesta, pero la triste miseria de la gran masa permanece.

¿Qué ha hecho Apple, la compañía que ustedes directamente denuncian? ¿O Google? ¿Qué han hecho estas organizaciones malvadas, que reducen sus costes mediante el aprovechamiento de las lagunas fiscales que los políticos bien han ideado o pasado por alto? Mientras en Venezuela ocurría lo descrito anteriormente; o mientras, en el mismo lapso de tiempo, un presidente de EE.UU. invadió Irak y luego, después de 150.000 o más muertos, su sucesor retira de nuevo a las tropas; o mientras políticos europeos desintegraban cada vez más la Unión Europea con sus decisiones electoralistas y centradas en el interés particular; en los mismos años que pasó todo esto, Apple lanzó el iPhone, el iPad y un sistema informático que trajo beneficio y alegría real para muchas personas en todo el mundo. Es verdad, los dispositivos de Apple no son nada baratos, pero lo que yo pagué para obtenerlos es una ínfima parte de los impuestos que tuve que pagar. Voy a ser sincero: El dinero que he dado a Apple me ha dado mucho, mucho más la felicidad y sensación de haber hecho algo bien de lo que me ha dado el pago tan mayor de los impuestos.

¿O qué decir de Google, el pulpo malvado, que también evita el pago de impuestos honoríficos aplicando las normas vigentes en su beneficio? Puedo encontrar en Internet, gracias a Google,  todas las respuestas y la información que necesite, sin tener que pagar nada por ello. Hace veinte años yo no habría creído que tal cosa fuera posible. También tengo una cuenta de correo electrónico de Google, que me cuesta nada. Yo uso un blog de Google. Gratis. Puedo mirar impresionantes fotografías aéreas de Google Earth de cualquier dirección en el mundo. Sin cargo. Vídeos familiares subidos a YouTube conectan mis lejanos parientes repartidos por el mundo. Tampoco me cuesta un duro. Bueno, me ponen un poco de publicidad en la pantalla, y recogen mis datos. La publicidad no me molesta, en cualquier caso, menos que la cháchara de autocomplacencia de los políticos en las noticias de televisión, las que, para colmo, no están cubiertas con el pago de mis impuestos sino que por las que estoy obligado a pagar una cuota adicional al estado. En cuanto a mis datos, prefiero que Google los almacene antes que cualquier institución estatal. Seguro, Google almacena más datos de los que realmente necesita, pero sin duda no llamará a mi puerta en medio de la noche para llevarme por usar información que no es de su agrado.

También ustedes de Avaaz llegan a su público valiéndose de los mensajes de correo electrónico, un maravilloso sistema que ninguna institución estatal de este mundo habría sido capaz de crear. Imagínense que este medio, que funciona sin franqueo, no existiera y ustedes dependerían aún del sistema postal antiguo. Tendrían que comprar sellos, sobres, papeles, adherir unos con otros, escribir la dirección. ¿Ven que estas empresas globales hacen muchas cosas útiles para nosotros, el público? Y no indagaré en detalles sobre las iniciativas de la Fundación Bill y Melinda Gates, que ya ha hecho más bien en los países en desarrollo que lo que haya logrado toda la asistencia oficial para el desarrollo antes.

Estimados amigos de Avaaz, ustedes apoyan aquí a los que no deberían. Los gobiernos tienen poder de sobra y no necesitan la ayuda de ustedes o una donación mía para cumplir con sus deberes. En lugar de seguir apretando los tornillos para controlar a los contribuyentes, los gobiernos deberían más bien simplificar y unificar sus sistemas tributarios. Pero debido a que la situación actual refuerza su poder, toda apelación en este sentido se diluye en el vacío.

He aquí una idea: ¿Por qué no llevar a cabo una petición para una empresa que construya carreteras aquí, desde donde escribo? ¿Totalmente gratuito para el contribuyente, financiada sólo con la publicidad? Se permitiría colocar cada cien metros un logo de Coca-Cola en el asfalto, y en Rumanía por fin tendríamos una adecuada red de carreteras.

Thursday, March 7, 2013

El enigma de los dos Chávez - por Gabriel García Márquez


Habiendo yo vivido de 1993 a 2002 en Venezuela, la repercusión mundial que tiene la muerte de Hugo Chávez despertó en mi memoria muchos recuerdos encontrados. Como hombre negocios, tuve algunas oportunidades de escucharlo en reuniones y conversar con él, y debo admitir, que aunque muchas de las medidas que él eligió tomar durante sus muchos en el gobierno no me parecen las más adecuadas para lograr el fin principal que con ellas decía perseguir, que a mi entender era mejorar la condición de vida de la gran mayoría de los venezolanos, su temple y personalidad sí tuvieron un fuerte impacto en mí.



Me acordé entonces de este artículo que guardé del genial Gabriel García Márquez, publicado en febrero de 1999 en la revista Cambio de Colombia, en el cual, especialmente en sus últimas frases, se refleja el ambiguo sentir que yo también abrigo en relación Hugo Chávez.



El enigma de los dos Chávez

Gabriel García Márquez 

Carlos Andrés Pérez descendió al atardecer del avión que lo llevó de Davos, Suiza, y se sorprendió de ver en la plataforma al general Fernando Ochoa Antich, su ministro de Defensa. "¿Qué pasa?", le preguntó intrigado. El ministro lo tranquilizó, con razones tan confiables, que el Presidente no fue al Palacio de Miraflores sino a la residencia presidencial de La Casona. Empezaba a dormirse cuando el mismo ministro de Defensa lo despertó por teléfono para informarle de un levantamiento militar en Maracay. Había entrado apenas en Miraflores cuando estallaron las primeras cargas de artillería.

Era el 4 de febrero de 1992. El coronel Hugo Chávez Frías, con su culto sacramental de las fechas históricas, comandaba el asalto desde su puesto de mando improvisado en el Museo Histórico de La Planicie. El Presidente comprendió entonces que su único recurso estaba en el apoyo popular, y se fue a los estudios de Venevisión para hablarle al país. Doce horas después el golpe militar estaba fracasado. Chávez se rindió, con la condición de que también a él le permitieran dirigirse al pueblo por la televisión. El joven coronel criollo, con la boina de paracaidista y su admirable facilidad de palabra, asumió la responsabilidad del movimiento. Pero su alocución fue un triunfo político. Cumplió dos años de cárcel hasta que fue amnistiado por el presidente Rafael Caldera. Sin embargo, muchos partidarios como no pocos enemigos han creído que el discurso de la derrota fue el primero de la campaña electoral que lo llevó a la presidencia de la República menos de nueve años después.

El presidente Hugo Chávez Frías me contaba esta historia en el avión de la Fuerza Aérea Venezolana que nos llevaba de La Habana a Caracas, hace dos semanas, a menos de quince días de su posesión como presidente constitucional de Venezuela por elección popular. Nos habíamos conocido tres días antes en La Habana, durante su reunión con los presidentes Castro y Pastrana, y lo primero que me impresionó fue el poder de su cuerpo de cemento armado. Tenía la cordialidad inmediata, y la gracia criolla de un venezolano puro. Ambos tratamos de vernos otra vez, pero no nos fue posible por culpa de ambos, así que nos fuimos juntos a Caracas para conversar de su vida y milagros en el avión.

Fue una buena experiencia de reportero en reposo. A medida que me contaba su vida iba yo descubriendo una personalidad que no correspondía para nada con la imagen de déspota que teníamos formada a través de los medios. Era otro Chávez. ¿Cuál de los dos era el real? El argumento duro en su contra durante la campaña había sido su pasado reciente de conspirador y golpista. Pero la historia de Venezuela ha digerido a más de cuatro. Empezando por Rómulo Betancourt, recordado con razón o sin ella como el padre de la democracia venezolana, que derribó a Isaías Medina Angarita, un antiguo militar demócrata que trataba de purgar a su país de los treintiséis años de Juan Vicente Gómez. A su sucesor, el novelista Rómulo Gallegos, lo derribó el general Marcos Pérez Jiménez, que se quedaría casi once años con todo el poder. Éste, a su vez, fue derribado por toda una generación de jóvenes demócratas que inauguró el período más largo de presidentes elegidos.

El golpe de febrero parece ser lo único que le ha salido mal al coronel Hugo Chávez Frías. Sin embargo, él lo ha visto por el lado positivo como un revés providencial. Es su manera de entender la buena suerte, o la inteligencia, o la intuición, o la astucia, o cualquiera cosa que sea el soplo mágico que ha regido sus actos desde que vino al mundo en Sabaneta, estado Barinas, el 28 de julio de 1954, bajo el signo del poder: Leo. Chávez, católico convencido, atribuye sus hados benéficos al escapulario de más de cien años que lleva desde niño, heredado de un bisabuelo materno, el coronel Pedro Pérez Delgado, que es uno de sus héroes tutelares.

Sus padres sobrevivían a duras penas con sueldos de maestros primarios, y él tuvo que ayudarlos desde los nueve años vendiendo dulces y frutas en una carretilla. A veces iba en burro a visitar a su abuela materna en Los Rastrojos, un pueblo vecino que les parecía una ciudad porque tenía una plantita eléctrica con dos horas de luz a prima noche, y una partera que lo recibió a él y a sus cuatro hermanos. Su madre quería que fuera cura, pero sólo llegó a monaguillo y tocaba las campanas con tanta gracia que todo el mundo lo reconocía por su repique. "Ese que toca es Hugo", decían. Entre los libros de su madre encontró una enciclopedia providencial, cuyo primer capítulo lo sedujo de inmediato: Cómo triunfar en la vida.

Era en realidad un recetario de opciones, y él las intentó casi todas. Como pintor asombrado ante las láminas de Miguel Ángel y David, se ganó el primer premio a los doce años en una exposición regional. Como músico se hizo indispensable en cumpleaños y serenatas con su maestría del cuatro y su buena voz. Como beisbolista llegó a ser un catcher de primera. La opción militar no estaba en la lista, ni a él se le habría ocurrido por su cuenta, hasta que le contaron que el mejor modo de llegar a las grandes ligas era ingresar en la academia militar de Barinas. Debió ser otro milagro del escapulario, porque aquel día empezaba el plan Andrés Bello, que permitía a los bachilleres de las escuelas militares ascender hasta el más alto nivel académico.

Estudiaba ciencias políticas, historia y marxismo al leninismo. Se apasionó por el estudio de la vida y la obra de Bolívar, su Leo mayor, cuyas proclamas aprendió de memoria. Pero su primer conflicto consciente con la política real fue la muerte de Allende en septiembre de 1973. Chávez no entendía. ¿Y por qué si los chilenos eligieron a Allende, ahora los militares chilenos van a darle un golpe? Poco después, el capitán de su compañía le asignó la tarea de vigilar a un hijo de José Vicente Rangel, a quien se creía comunista. "Fíjate las vueltas que da la vida", me dice Chávez con una explosión de risa. "Ahora su papá es mi canciller". Más irónico aún es que cuando se graduó recibió el sable de manos del presidente que veinte años después trataría de tumbar: Carlos Andrés Pérez.

"Además", le dije, "usted estuvo a punto de matarlo". "De ninguna manera", protestó Chávez. "La idea era instalar una asamblea constituyente y volver a los cuarteles". Desde el primer momento me había dado cuenta de que era un narrador natural. Un producto íntegro de la cultura popular venezolana, que es creativa y alborozada. Tiene un gran sentido del manejo del tiempo y una memoria con algo de sobrenatural, que le permite recitar de memoria poemas de Neruda o Whitman, y páginas enteras de Rómulo Gallegos.

Desde muy joven, por casualidad, descubrió que su bisabuelo no era un asesino de siete leguas, como decía su madre, sino un guerrero legendario de los tiempos de Juan Vicente Gómez. Fue tal el entusiasmo de Chávez, que decidió escribir un libro para purificar su memoria. Escudriñó archivos históricos y bibliotecas militares, y recorrió la región de pueblo en pueblo con un morral de historiador para reconstruir los itinerarios del bisabuelo por los testimonios de sus sobrevivientes. Desde entonces lo incorporó al altar de sus héroes y empezó a llevar el escapulario protector que había sido suyo.

Uno de aquellos días atravesó la frontera sin darse cuenta por el puente de Arauca, y el capitán colombiano que le registró el morral encontró motivos materiales para acusarlo de espía: llevaba una cámara fotográfica, una grabadora, papeles secretos, fotos de la región, un mapa militar con gráficos y dos pistolas de reglamento. Los documentos de identidad, como corresponde a un espía, podían ser falsos. La discusión se prolongó por varias horas en una oficina donde el único cuadro era un retrato de Bolívar a caballo. "Yo estaba ya casi rendido, -me dijo Chávez-, pues mientras más le explicaba menos me entendía". Hasta que se le ocurrió la frase salvadora: "Mire mi capitán lo que es la vida: hace apenas un siglo éramos un mismo ejército, y ése que nos está mirando desde el cuadro era el jefe de nosotros dos. ¿Cómo puedo ser un espía?". El capitán, conmovido, empezó a hablar maravillas de la Gran Colombia, y los dos terminaron esa noche bebiendo cerveza de ambos países en una cantina de Arauca. A la mañana siguiente, con un dolor de cabeza compartido, el capitán le devolvió a Chávez sus enseres de historiador y lo despidió con un abrazo en la mitad del puente internacional.

"De esa época me vino la idea concreta de que algo andaba mal en Venezuela", dice Chávez. Lo habían designado en Oriente como comandante de un pelotón de trece soldados y un equipo de comunicaciones para liquidar los últimos reductos guerrilleros. Una noche de grandes lluvias le pidió refugio en el campamento un coronel de inteligencia con una patrulla de soldados y unos supuestos guerrilleros acabados de capturar, verdosos y en los puros huesos. Como a las diez de la noche, cuando Chávez empezaba a dormirse, oyó en el cuarto contiguo unos gritos desgarradores. "Era que los soldados estaban golpeando a los presos con bates de béisbol envueltos en trapos para que no les quedaran marcas", contó Chávez. Indignado, le exigió al coronel que le entregara los presos o se fuera de allí, pues no podía aceptar que torturara a nadie en su comando. "Al día siguiente me amenazaron con un juicio militar por desobediencia, -contó Chávez- pero sólo me mantuvieron por un tiempo en observación".

Pocos días después tuvo otra experiencia que rebasó las anteriores. Estaba comprando carne para su tropa cuando un helicóptero militar aterrizó en el patio del cuartel con un cargamento de soldados mal heridos en una emboscada guerrillera. Chávez cargó en brazos a un soldado que tenía varios balazos en el cuerpo. "No me deje morir, mi teniente"... le dijo aterrorizado. Apenas alcanzó a meterlo dentro de un carro. Otros siete murieron. Esa noche, desvelado en la hamaca, Chávez se preguntaba: "¿Para qué estoy yo aquí? Por un lado campesinos vestidos de militares torturaban a campesinos guerrilleros, y por el otro lado campesinos guerrilleros mataban a campesinos vestidos de verde. A estas alturas, cuando la guerra había terminado, ya no tenía sentido disparar un tiro contra nadie". Y concluyó en el avión que nos llevaba a Caracas: "Ahí caí en mi primer conflicto existencial".

Al día siguiente despertó convencido de que su destino era fundar un movimiento. Y lo hizo a los veintitrés años, con un nombre evidente: Ejército bolivariano del pueblo de Venezuela. Sus miembros fundadores: cinco soldados y él, con su grado de subteniente. "¿Con qué finalidad?" le pregunté. Muy sencillo, dijo él: "con la finalidad de prepararnos por si pasa algo". Un año después, ya como oficial paracaidista en un batallón blindado de Maracay, empezó a conspirar en grande. Pero me aclaró que usaba la palabra conspiración sólo en su sentido figurado de convocar voluntades para una tarea común.

Esa era la situación el 17 de diciembre de 1982 cuando ocurrió un episodio inesperado que Chávez considera decisivo en su vida. Era ya capitán en el segundo regimiento de paracaidistas, y ayudante de oficial de inteligencia. Cuando menos lo esperaba, el comandante del regimiento, Ángel Manrique, lo comisionó para pronunciar un discurso ante mil doscientos hombres entre oficiales y tropa.

A la una de la tarde, reunido ya el batallón en el patio de fútbol, el maestro de ceremonias lo anunció. "¿Y el discurso?", le preguntó el comandante del regimiento al verlo subir a la tribuna sin papel. "Yo no tengo discurso escrito", le dijo Chávez. Y empezó a improvisar. Fue un discurso breve, inspirado en Bolívar y Martí, pero con una cosecha personal sobre la situación de presión e injusticia de América Latina transcurridos doscientos años de su independencia. Los oficiales, los suyos y los que no lo eran, lo oyeron impasibles. Entre ellos los capitanes Felipe Acosta Carle y Jesús Urdaneta Hernández, simpatizantes de su movimiento. El comandante de la guarnición, muy disgustado, lo recibió con un reproche para ser oído por todos:

"Chávez, usted parece un político". "Entendido", le replicó Chávez.

Felipe Acosta, que medía dos metros y no habían logrado someterlo diez contendores, se paró de frente al comandante, y le dijo: "Usted está equivocado, mi comandante. Chávez no es ningún político. Es un capitán de los de ahora, y cuando ustedes oyen lo que él dijo en su discurso se mean en los pantalones".

Entonces el coronel Manrique puso firmes a la tropa, y dijo: "Quiero que sepan que lo dicho por el capitán Chávez estaba autorizado por mí. Yo le di la orden de que dijera ese discurso, y todo lo que dijo, aunque no lo trajo escrito, me lo había contado ayer". Hizo una pausa efectista, y concluyó con una orden terminante: "¡Que eso no salga de aquí!".

Al final del acto, Chávez se fue a trotar con los capitanes Felipe Acosta y Jesús Urdaneta hacia el Samán del Guere, a diez kilómetros de distancia, y allí repitieron el juramento solemne de Simón Bolívar en el monte Aventino. "Al final, claro, le hice un cambio", me dijo Chávez. En lugar de "cuando hayamos roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español", dijeron: "Hasta que no rompamos las cadenas que nos oprimen y oprimen al pueblo por voluntad de los poderosos".

Desde entonces, todos los oficiales que se incorporaban al movimiento secreto tenían que hacer ese juramento. La última vez fue durante la campaña electoral ante cien mil personas. Durante años hicieron congresos clandestinos cada vez más numerosos, con representantes militares de todo el país. "Durante dos días hacíamos reuniones en lugares escondidos, estudiando la situación del país, haciendo análisis, contactos con grupos civiles, amigos. "En diez años -me dijo Chávez- llegamos a hacer cinco congresos sin ser descubiertos".

A estas alturas del diálogo, el Presidente rió con malicia, y reveló con una sonrisa de malicia: "Bueno, siempre hemos dicho que los primeros éramos tres. Pero ya podemos decir que en realidad había un cuarto hombre, cuya identidad ocultamos siempre para protegerlo, pues no fue descubierto el 4 de febrero y quedó activo en el Ejército y alcanzó el grado de coronel. Pero estamos en 1999 y ya podemos revelar que ese cuarto hombre está aquí con nosotros en este avión". Señaló con el índice al cuarto hombre en un sillón apartado, y dijo: "¡El coronel Badull!".

De acuerdo con la idea que el comandante Chávez tiene de su vida, el acontecimiento culminante fue El Caracazo, la sublevación popular que devastó a Caracas. Solía repetir: "Napoleón dijo que una batalla se decide en un segundo de inspiración del estratega". A partir de ese pensamiento, Chávez desarrolló tres conceptos: uno, la hora histórica. El otro, el minuto estratégico. Y por fin, el segundo táctico. "Estábamos inquietos porque no queríamos irnos del Ejército", decía Chávez. "Habíamos formado un movimiento, pero no teníamos claro para qué". Sin embargo, el drama tremendo fue que lo que iba a ocurrir ocurrió y no estaban preparados. "Es decir -concluyó Chávez- que nos sorprendió el minuto estratégico".

Se refería, desde luego, a la asonada popular del 27 de febrero de 1989: El Caracazo. Uno de los más sorprendidos fue él mismo. Carlos Andrés Pérez acababa de asumir la presidencia con una votación caudalosa y era inconcebible que en veinte días sucediera algo tan grave. "Yo iba a la universidad a un postgrado, la noche del 27, y entro en el fuerte Tiuna en busca de un amigo que me echara un poco de gasolina para llegar a la casa", me contó Chávez minutos antes de aterrizar en Caracas. "Entonces veo que están sacando las tropas, y le pregunto a un coronel: ¿Para dónde van todos esos soldados? Porque que sacaban los de Logística que no están entrenados para el combate, ni menos para el combate en localidades. Eran reclutas asustados por el mismo fusil que llevaban. Así que le pregunto al coronel: ¿Para dónde va ese pocotón de gente? Y el coronel me dice: A la calle, a la calle. La orden que dieron fue esa: hay que parar la vaina como sea, y aquí vamos. Dios mío, ¿pero qué orden les dieron? Bueno Chávez, me contesta el coronel: la orden es que hay que parar esta vaina como sea. Y yo le digo: Pero mi coronel, usted se imagina lo que puede pasar. Y él me dice: Bueno, Chávez, es una orden y ya no hay nada qué hacer. Que sea lo que Dios quiera".

Chávez dice que también él iba con mucha fiebre por un ataque de rubéola, y cuando encendió su carro vio un soldadito que venía corriendo con el casco caído, el fusil guindando y la munición desparramada. "Y entonces me paro y lo llamo", dijo Chávez. "Y él se monta, todo nervioso, sudado, un muchachito de 18 años. Y yo le pregunto: Ajá, ¿y para dónde vas tú corriendo así? No, dijo él, es que me dejó el pelotón, y allí va mi teniente en el camión. Lléveme, mi mayor, lléveme. Y yo alcanzo el camión y le pregunto al que los lleva: ¿Para dónde van? Y él me dice: Yo no sé nada. Quién va a saber, imagínese". Chávez toma aire y casi grita ahogándose en la angustia de aquella noche terrible: "Tú sabes, a los soldados tú los mandas para la calle, asustados, con un fusil, y quinientos cartuchos, y se los gastan todos. Barrían las calles a bala, barrían los cerros, los barrios populares. ¡Fue un desastre! Así fue: miles, y entre ellos Felipe Acosta". "Y el instinto me dice que lo mandaron a matar", dice Chávez. "Fue el minuto que esperábamos para actuar". Dicho y hecho: desde aquel momento empezó a fraguarse el golpe que fracasó tres años después.

El avión aterrizó en Caracas a las tres de la mañana. Vi por la ventanilla la ciénaga de luces de aquella ciudad inolvidable donde viví tres años cruciales de Venezuela que lo fueron también para mi vida. El presidente se despidió con su abrazo caribe y una invitación implícita: "Nos vemos aquí el 2 de febrero". Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más.

Saturday, February 23, 2013

Tipos de managers




Como desde hace una decena de años que me tengo que relacionar con una gran variedad de personas, mi cerebro, que posiblemente no esté estructurado de una forma muy compleja, se vale para esto de una estratagema muy simple, como pude descubrir hace algún tiempo. Dispone de unas pocas etiquetas, de las cuales asigna una a la persona frente a mí. Una vez hecho esto, caigo automáticamente en un patrón predeterminado de comportamiento que, en la mayoría de los casos, me ayuda a lograr mi objetivo.

Es esto especialmente notorio en mis actividades de negocio, cuando tengo que lidiar con algún manager, término anglosajón para los jefes y jefecitos que pululan en las organizaciones.

—Ah—, podría decirme mi mente, —he aquí un policía. ¿A quién diablos se le habrá ocurrido ponerlo de jefe de ventas en vez de guardia de la entrada de servicio?— O, en otro caso, me pregunta, —¿Cómo puede ser que este rumiante de números tan tieso lo hayan hecho relaciones públicas?—

Ese es exactamente el problema de las organizaciones. Tienen gente muy competente, pero insisten en colocarlos en los lugares equivocados. Al empleado que clasificaríamos de tipo empresarial lo tienen trabajando en el archivo. El que es buen negociador está limpiando los baños. Y así sucesivamente. Un par de enroques, y mejoraríamos tanto a las organizaciones.

Aunque alguien fuera capaz de hacer estos cambios de la mejor forma posible, siempre quedaría un problema: Los jefes del tipo político. Estos son personajes obsesionados con el poder, que siempre aparecen donde con unas pocas palabras pueden dar una buena imagen con el fin de recoger más puntos para la próxima promoción. No trabajan ni les interesa mejorar nada que no se su handicap en el golf. En realidad sólo hay un lugar en las organizaciones adecuado para ellos: la cúspide. Lo malo que es un espacio muy reducido y que este tipo de manager abunda.